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julyosoriohh

Alto de Letras - Una historia para contar



La primera vez que oí su nombre, me sonó una campana, sentí cosquillas, y guardé silencio, sabía que no era el momento de levantar la mano, pero sabía que iba a trabajar pensando en eso. ¿Qué sentía? Unas mariposas inquietas revoloteando en el estómago que me aseguraban la decisión, era la correcta. No sé si la palabra adecuada sea “correcta”, pero digamos que… resonaba completamente conmigo. Normalmente, lo hacen en bicicleta, obvio lo mio era corriendo, era uno de esos retos que no podía estar contando porque para el común denominador, el que piensa en eso está loco. Y aunque no es que me importe lo que digan, quería tener mi proyecto en silencio para evitar todo tipo de interferencia energética. Más allá de batir mi propio record o "piiiiii-arrrrrrrr" en los 10k, en los 21k, más allá de bajarle a mi tiempo en los 400 mts que no tengo la menor idea cuánto me demoro en esa vuelta, me encanta desafiar un poco mis límites, dentro de la responsabilidad que implica atreverse a hacerlo.

 

Antes de Letras, mi máxima distancia había sido la maratón, una sola, y mi máximo tiempo en entrenos creo que hasta unas cuatro horas y media (menos de la mitad de lo que iba a necesitar). Pero tenía algo que era aún mas importante, la determinación, la idea en la cabeza, el letrero grabado en la frente, la fuerza, alguito de preparación, y la compañía porque eso sí, yo sola no me voy para ninguna parte, mucho menos allá. ¿Cuánto tiene la subida? Creo que 82kms, y mi meta, al menos 60k… o, que pase lo que tenga que pasar.

 

Camino a Mariquita, escogimos la ruta que nos bajaba de Letras al hotel (se puede llegar por otro lado)… lo que parecía “doable”, empezaba a volverse un rompecabezas sin fin. Un abismo fantasmal bordeaba la berma de la carretera, frailejones, musgo en los postes, es decir, una vegetación y colorido de páramo que se escondían y aparecían detrás de cada curva. Bajábamos y bajábamos en carro, con música, parche, chiste, conversa, y la imaginación ya no me daba para imaginar recorriendo, lo que íbamos bajando, subiendo, y a pie… Pero ya uno allá, no había opción, pa’ tras ni pa’ coger impulso.

 




Llegúe a sacar la ropita, mil bolsas ziplock por si las moscas: pinta por si hacía frío, por si hacía calor, shorts, lycras largas, chaqueta, manga larga, manga sisa, todo, por si las moscas. Calor espantoso, tanto que era difícil pensar que al arrancar, doce horas mas tarde, estaría congelada y a 3600 MSNM. Naaaah, eso no… Ya no hay tiempo para pensar, alarma bien temprano, creo que 4:30am, sueño ininterrumpido y a lo que vinimos.

 



El amanecer parecía más el anochecer. No he estado en el desierto pero estoy segura así se verían las estrellas nítidas sobre un cielo azul profundo, un calor extraño, proteína, tostadas del molino, tinto, y me dan esas ganas de pellizcarme para ver si en lo que me había metido, era un sueño, o una realidad. Y era la pura realidad. Arranca ese carro y sólo tenía ganas de que avanzara lo que más pudiera, así le mordiera distancia al reto, a mis 60 kilómetros de ascenso. Pero... ¿y de dónde salen esos 60? Que el tramo en realidad tiene 80, pero ese era el reto del profe, quien obvio tiene mas fondo, fuerza y paso que yo, él era la prioridad del carro, y no podía arriesgar quedarme sola, abajo, sin carro, valga la redundancia. Los 60 fueron un cálculo, y una base. Ese reto nunca lo compartí, con nadie, pero siempre lo tuve desde que me brillaron los ojos aquel lunes cuando me pegué a un plan que arrancaba 4 días mas tarde. Quería eso, pero no menos.

 


Arranqué uno subiendo con esas ganas de estar en la cama, pero me sentía tan sólida que en ningún momento dude de mi capacidad de llegar a la cima. Cuando corro largas distancias,  generalmente juego con los números y empiezo a hacer divisiones según los tramos de kilómetros recorridos. A los cinco me digo: ya va uno, faltan once de los mismos (5 + 11(5) =60), a los veinte me digo, me faltan 2  (20+2(20)=60), me recuerdo lo bien que me sentido en el tramo y con eso me doy fuerzas para mantener la confianza que definitivamente, sí puedo, y voy tachando series como si fueran días en el calendario haciendo la cuenta regresiva hasta navidad.




Al llegar a Delgaditas, sitio famoso donde los turistas (como yo) paran a tomarse un consomé, el sol había salido con toda y hasta el momento, todo lo que se había comido era dulce: banano, manzana, ensure, barritas Cliff, hidratantes, y claro, sales pero en pastillas. No sé qué pasó pero el profe siguió derecho y a mí me entra la chiripiorca. Entre el hambre, el plan que teníamos de parar ahi, el calor, las siete horas de camino recorrido, las ganas de comer algo más contundente, me quedé. Con celular en mano pensé que en algún momento, me irían a recoger. Si no es por Nequi no tengo cómo pagar, y así fue, me degusté el caldito con arroz y soda michelada, parte del alma que se había salido del cuerpo volvió a entrar, y volví a empezar. En ese momento, el reloj marcaba los 48.07 kilómetros, era la 1:11 cuando la primera foto al llegar,  y la 1:39 cuando volví a arrancar. Claro, me atrasé… pero llamé y me recogieron, y los volví a alcanzar.

 



No sé si les pasa, pero al uno sentarse en medio del entreno, el cansancio sube desde los pies como hormigas dulceras en algodón de azúcar, recorriendo talones, tobillos, pantorrillas, muslos, cadera, y se apodera esa rigidez muscular de haber parado, calentar se hace más duro porque ya el cuerpo tiene menos ritmo, no olvidemos que todo es en subida, y el clima se hace más frío. A partir de ese momento, era solo cabeza, pues de ahí para abajo ya todo estaba disminuido, no del todo, pero sí una parte. Es ahí cuando comparto en voz alta por primera vez mi meta, una que llevaba en mi mente y en mi corazón, con la ilusión de cumplirla y guardarla en ese sitio donde nadie me la podría robar, muy dentro de mí, del que nadie tiene la llave, en mi álbum de experiencias. Eso me ayuda a que me animen un poco porque uf, algo se ha perdido.

 

Faltaban 12, una cifra que corremos un martes cualquiera, con la diferencia de que el martes arranco de cero, aquí arranco desde los 48. Parecía poco, pero aquí ya los empecé a sentir. Acudí al carro más veces de las que pensé, en mi mente parecía tener más fuerza que en las piernas. No era ni cansancio, era dificultad para moverlas, no sé cómo explicarlo, pero obvio… era cansancio, batallando con mis ganas de llegar. Pancito con miel, otra manzana, suero, agua, comidita para el alma, me subo al carro, me bajo, los zapatos me pesan,  los pies me suben al carro, la cabeza me baja a la calle,  no siento frío, temperatura perfecta, el paisaje cambia, se vuelve de ese café grisoso, el verde se pone opaco, musgo, postes mojados,  piso esponjoso, y cada kilómetro más largo que el anterior. ¿Altura? 3.423 MSNM. ¡Falta poco! ¿No era hasta los 3.600?



 




Según las matemáticas, estaba más cerca que nunca. Haciendo las cuentas, ya los kilómetros que duraban seis minutos se habían quedao abajo, ahora eran de doce, o no é ssi émás, y en ese orden de ideas, si faltaran dos kilómetros, eran 24 minutos… Parece poco, pero cuando viene uno descansado, no tan acumulado. Dicen que a esa altura el aire pesa y no entra, yo lo sentí ligero, fresquito, recién hecho, la sensación de escasez nunca la tuve, no sé si de la emoción de estar ahí, o si es porque todo pasa tan rápido, que mi cuerpo no supo en qué momento pasó de estar en ese sancocho húmedo, tibio y pegachento de Mariquita a los 500 MSNM, al frailejón girsáceo en medio de la niebla y silencio del páramo 3.000 metros más arriba. Los pulmones nunca sintieron las quejas de las piernas, tal vez porque estaban más cerca de la cabeza y recibieron mejores consejos. Faltaba poco, pero en realidad era mucho, y yo por nada en el mundo, iba a desfallecer en la que es como cocida como the #LongestClimbOnEarth.  



 




Una que otra subida al carro, masaje, algo de estiramiento, reanimación de pies, movimiento articular y al piso nuevamente, porque aquí no venía a rendirme, aquí era a demostrarme de lo que era capaz. Aun faltaban muchas curvas pero empiezo a llorar, empiezo a reconocer nuevamente esa zona por donde habíamos pasado el día anterior, la meta estaba más cerca, había casitas, restaurantes, chocolate caliente, empanadas, chorizos, el restaurante ¡Donde Yaneth! y la emoción me empieza a recorrer, eran las 4:33pm. Una lágrima, dos, pierdo la cuenta, una sensación de logro que no puedo describir, quiero pellizcarme otra vez para darme cuenta que sí es verdad, igual no puedo porque aun cuando no lo sentía, los dedos estaban fríos y con poca agilidad… El reloj ya había pasado los 60 kms, en teoría ya me había cumplido, pero ya uno ahí, ¿cómo no llegar hasta el letrero?

 

Tocó entrar al baño, ahora pienso que si quiera fue ahí porque sino dónde, me demoro medio segundo, vuelvo y salgo, y todo lo que parecía cerca, ¡no sé porqué todo estaba tan lejos! Las ganas de llegar me reaniman cada músculo que traigo congelado,  y diez minutos más tarde, a las 4:43, tenía el letrero en mi espalda en esa selfie que dice ALTO DE LETRAS 3.680 MSNM, Manizales 28 kms, desnivel 1.792 mts, pendiente media 5,67%, Mariquita 81 kms, desnivel 3.187 mts, pendiente media 3,95% . Yo venía de allá, de Mariquita, y llegué, y me cumplí, y lloré, y claro, sonreí…

 

Si de algo no me arrepiento, si de algo agradezco, es de poder tener experiencias así, historias así sea para contarle solo a mis hijas, me llenan de gratitud, de vida, de aliento, de ilusión, de gasolina, de transformación. Le agradezco a mi profe que insiste tanto en la importancia de la fuerza, que creyó en mi y me dejó pegarme a ese parche para anotarme esa anécdota para la vida, al grupo y a Elimer y Cebollo que me dieron lo que me sostenía. Si de algo estoy segura es que dentro de mí, ese día, algo cambió.



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