Siempre que digo no más, la vida me sorprende. Ahora, no es para decirle a todo ¡basta!, pero de alguna manera, la vida sí manda señales para mostrar caminos. La historia del ficus es algo insólita. Salió conmigo del vivero creo que en el diciembre del 2019, y duró bonito hasta el día que lo cambiaron de sitio, hace ratísimo.
La Demostración
Lástima, no tengo como retroceder el tiempo para mostrar los cambios en el ficus, sólo recuerdo el día que sus hojas en forma de violín empezaron a caer hasta que me dejó un triste palo de más un metro de alto, sin nada que le colgara. Después de intentar revivirlo me puse a leer, y dicen que son muy territoriales, y que donde se anclan, ahí se quieren quedar. En todo caso, lo dejé ahí, y seguramente los que lo veían no entendían que hacía ese palo en mi comedor, mientras yo mantenía la fe en algo que se tocaba sin vida.
¿Qué lo mató?
Fueron dos cosas: 1. El cambio de sitio, sin duda si en varios artículos de Dr. Google dice que a los ficus no les gusta cambiar de sitio, es por algo, y 2. Me traje a la casa un bulto de tierra mala (de verdad, no se puede comprar cualquiera porque puede venir con plagas), para hacer unas kokedamas para regalar de navidad. La plaga se fue apoderando del 200% de mis matas, e historia larga corta: sólo pude erradicarla con veneno del de verdad – verdad. Pasé por el vinagre, jabón azul diluido en agua, agua de ajo, spray orgánico a base de tabaco, alcohol, quitarlos uno a uno por horas enteras de mis fines de semana… hasta que me dijeron que las plagas ponen los huevos y están en la tierra y me dije no más. En unas noches de sacar TODAS las matas al balcón y de cubrir unas con bolsas plásticas (como en las películas de terror), poco a poco volvieron a vivir.
¿Y qué pasó con "el palo"?
El pobre palo vivía solito en una esquina, detrás de otras matas para disimular su feura… le echaba agua (eso me tocaba a mí porque nadie más veía esa necesidad), lo tocaba, se sentía flexible, pero sus hojas se rehusaban en salir. De ahí pensé, ¿y si lo corto?… ¿Y qué es lo peor que puede pasar?
1. El palo lleva así unos cuantos meses
2. Si lo corto, y no crece, pues igual ya estaba así
3. Finalmente, se ve mejor un palo corto que uno de de 1.20…
4. Y, si le da por retoñar?
Todas las preguntas me llevaban al mismo sitio, pues lo peor que podría pasar es que nunca naciera y de ahí en adelante, todo sería ganancia. Con unas tijeras le volé una parte, y para ser consecuente, a echarle agua y abono.
¿Al cuánto tiempo retoñó?
Si no estoy mal, fue el 16 de marzo que me puse de creativa en el jardín: sembré unos hijos de unas enredaderas (la verdad no sé cómo se llaman), podé los jades, urea aquí, urea allá, y tijeras por acá. Hoy, 17 de abril, 30 días después de la peluqueada, me sorprenden mis ojos cuando paso a echar agua a mi palo, y veo esa hojita diciéndome: gracias por creer en mí.
Y no sé si sean las ganas de escribir retenidas desde hace días que me llevaron a reflexionar en lo que pasa si nos salimos un poco del contexto de la mata, la tierra mala, las plagas, el abono, el veneno, el agua y el tijeretazo, y encontramos las analogías y lecciones de vida que se esconden detrás…
¿Cuántas veces no habremos estado al lado de un milagro y no lo hemos visto?
Siempre será mejor dar, sin esperar nada a cambio…
Vale la pena echarle agüita a las matas, y si las matas son la familia, los amigos, un desconocido al que de repente le hacemos una ofrenda, ¿no será que algo ahí puede florecer?
¿Habremos tenido los ojos bien abiertos para ver todos esos milagros que de mil y un maneras, nos han mandado?
¿Se siente mejor recibir, o se siente mejor… dar?
¿Es suficiente con recibir el regalo?
¿Qué sigue después de recibir el regalo?
¿Qué ganamos cuando no insistimos?
¿No será mejor creer en algo (tener fe), que no creer en nada?
Una vez un amigo me dijo que la fe es creer en lo que no se ve, y de verdad, que después de eso, esa frase nunca se me va a olvidar. Y así me despido para echarle abono a la mata. Namasté.
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