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julyosoriohh

Llegando al Running por Accidente



Así tal cual. El que me conoce de años atrás, sabe que el deporte ha estado siempre en mi vida. La clase de educación física era mi favorita en el colegio, era buena corriendo las carreras cortas, y en general, en todos los deportes, pero no era común explorar un poco más allá. Siempre estuvo el golf, el tennis, algo de patinaje, dos minutos de gimnasia olímpica, y una pasadita por equitación porque claro, la niña tiene que saber montar a caballo. Luego, la universidad, se limita el tiempo, pero descubro el gimnasio y el yoga. Estando en el gimansio, simplemente voy, y es cuando empiezo a ver una cantidad de personas que se levantaban de las máquinas a verse en los espejos y me preguntaba si esa persona llegarían con aire después de subir cuatro pisos. Lo dudaba en serio... Según yo, ¿para qué todo ese abultamiento de músculos si no iba a poder correr ni cien metros? Era ácido, pero eso pensaba.


Tirando la Moneda




Fue así como sentí la hora del cambio. Quería algo que me funcionara en el tiempo y en el espacio. Quería que toda esa energía y fuerza invertida en las máquinas, en las pesas, en mis balances, en la flexibilidad, en los ejercicios funcionales, de verdad me sirviera para algo "más productivo". Quería invertir en algo para que cuando fuera mayor aún tuviera la fuerza, dinamismo y flexibilidad para cargar a mis hijas, quería sentirme capaz de poder bajar las bolsas de mercado si acaso no tenía ayuda. Entonces, tiré la moneda e hice literal dos llamadas. La 1ª, a una profesora de pilates, porque creo que sus beneficios en la movilidad, flexibilidad, fuerza, postural, de balance, y mil mas… y la 2ª, a un profesor de atletismo. Mi decisión se basaba en el que primero me contestara y así fue. En una fecha que siempre recordaré porque mi hija menor cumplía justo sus dos años, a las 3:00 de la tarde me devuelve la llamada el profesor de mi amiga correlona y me da una instrucción: “salí a correr 45 minutos en zona verde y me mandás el entreno”. Así fue. Era un domingo, y yo era la única dándole vueltas a la manzana entre Pepe Ganga y SuperA mientras caía la tarde.

 

Y empecé a correr…




Me puse la pinta y me fui. Juiciosamente envié mi entreno y me dicen que sí, que bueno, que ok, que mañana a las 6pm en las escaleras de Normandía. Llegué sin conocer la cara del profe, buscando al que tuviera cara de estar buscando a alguien y así fue. Empecé con toda y sin dejar las pesas. Le conté mi objetivo: trasladar la inversión, toda la fuerza y flexibilidad que había capitalizado y transformarla a una fuerza en movimiento, que quería correr 10kms rápido y “cómoda”, y le pedí que me prometiera que jamás en su vida me mencionara ni por error, el correr una media maratón y por ende, y mucho menos, una maratón.




Pues como dicen por ahí: “que tus palabras san dulces para cuando te toque tragártelas”… Juraba por todos los santos que eso jamás me iría a pasar, y en menos de 3 meses, me dejé convencer de los primeros 21. ¿No le digo? Ya metida en eso, empecé a ver cómo el rendimiento aumentaba, a sentirme capaz de acercarme a esa cifra, con miedo pero con determinación. Soy también de las que me gusta siempre ir un poquito más allá para saber que si puedo con eso, puedo con menos, contrario a la mayoría de las metodologías que por lo general no te dejan correr los 21 antes de la carrera sino hasta 17 o 18, algo por el estilo. Para comprobármelo, el profe nos sacó en un entreno de montaña que no solo sumó 24kms sino obvio, mucho más de 3hrs, no sé si fueron 4hrs más una perdida en uno de los terrenos más inhóspitos que he visto en una montaña por Dapa, donde el piso tenía unas matas que parecían erizos que sólo te motivaban a guardar el balance. Ahí ya quedé convencida, si podía con eso, podía con menos.





Hice mi carrera en la que me fue muy bien, generalmente corro desprendida de lo que el reloj me quiera decir. Ni un solo gel, una que otra goma que creo fueron insuficientes, el agua y gatorade de la carrera, y una gratitud infinita al pasar esa meta. Dios mio, ¡quéeeee sensación tannnnn infinitamente grandeeeee! Logro disfrutar esa, una de montaña, una en Cartagena y otra de un relevo a las 11:22 de la mañana que casi me derrite en el asfalto, hasta que llega la pandemia. Con eso la pausa, el desubique, el ahora qué hago… pero siempre, manteniendo la base y jurando aún por todos los santos que jamás iba a correr una maratón.


Todo esto para recordarme que nuestra capacidad de adaptación ante cualquier situación de la vida es infinita, que nuestro cuerpo responde cuando se le exige con moderación, respeto, dedicación, ternura y cariño, que las metas siempre parecen lejanas, que un paso no te lleva a la meta pero sí te saca de donde estas y te acerca a la misma, que las carreras (o las pruebas) duran un ratico pero la preparación es toda la vida, y que de uno depende que esa preparación sea un suplicio, o una fiesta…

No sobra nunca decir que a los 40 se puede empezar, que también se puede competir, que eso pudo haber sido antes, o incluso mucho después. Hoy en día me encanta, a veces lo odio pero lo amo, y odio sentir cuando a veces retrocedo. Pero ojo, el crecimiento jamás el lineal, hay declives, mesetas, valles y picos, pero a eso y a la maratón se les dedica otro lienzo en blanco pues esas, aunque parecidas, son otras historias y tienen mucha tela para cortar.


P.D. Se aprendió a hacer el borrador nuevamente en Word, al editar se le ha dado guardar después de cada corrección y al parecer, todo ok por aquí por la nube. Aprender cuesta. #LearningAtDryStick .


P.D.D. Y sí, me encontré las fotos de aquel día de septiembre. Salí a correr después de cantarle la torta a mi chiquita... No me pregunten la hora que me da pena!

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