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julyosoriohh

Y tú, ¿qué hubieras hecho?


No sabía si hacerlo largo o resumidito, entonces decido sentarme ante este pavoroso espacio en blanco para escribir y borrar hasta que sienta que dé el efecto que quiero. Estábamos en la mesa sentadas las dos, mi hija grande, y yo, todo transcurría normal, aunque faltaba la chiquita que se estaba demorando en el baño. El día había sido especial para ella porque había recibido su tarjeta de identidad y eso le hacía mucha ilusión y claro, ¡se sentía grandísima! Entonces, llevamos la tarjeta a la mesa…

 

Tarjetica va, tarjetica viene, y ni un solo bocado en la boca, nosotras ya terminando y con ganas de levantarnos. Pasamos por muchas preguntas e infinitos silencios, obvio, sin resultado sobre la comida. “¿Muñeca como vas, estas comiendo?” (como si no pudiera ver que el plato estaba intacto… ). Ante la ignorada, empieza la máquina a pensar en el abordaje, obvio, había muchas opciones pero este fue el de ayer. Entonces, se le propone que suelte la tarjeta para que luego juegue con ella, lo que tampoco suena atractivo y sigue jugando, plato sin tocar. Será ofreciéndole la solución: “porfa, suelta la tarjeta y come que nosotras ya terminamos y nos queremos ir a alistar para dormir”. Podía haberle preguntado antes ella qué proponía pero no, anoche no tuve la iluminación, entonces, a seguir reinventando porque seguía sin respuesta y peor aún, sin acción.

 

Esto está como complicado. ¿Por dónde le entro? A ver, lo mismo pero de otra manera y más claro… ¿por qué entonces no comes y luego juegas con ella? El estado zen me sigue acompañando y logro no engancharme emocionalmente a ninguna de sus negativas mientras no lograba que se moviera, ni un solo milímetro.  No sabía qué hacer ni qué decir. “Mira, nosotras ya terminamos y si sigues jugando y sin comer, me toca quitártela y además te vas a quedar sola en la mesa, nosotras nos queremos arreglar para ir a dormir”. Obvio, nada de nada, resultado idéntico a todos los anteriores.

 

A estas alturas ¿qué habrías hecho? Yo, sin pensarlo más, le quité la tarjeta. Pero tranquila por haber puesto en sus manos una cantidad de soluciones suficientes para que tomara su propia decisión. Decidió no mover un dedo, decidió engancharse en la pelea, decidió gritar por no sé cuántos minutos, decidió echarme de la mesa, decidió llorar hasta que seguro se cansó. En dos ocasiones fui a verla, para confirmar que todo iba igual, no había hecho nada (plato sin tocar) y con el dolor de madre viendo a su hija llorar, volví a mi cuarto. Con el corazón arrugado y ganas de abrazarla, me debatía entre el querer abrazarla porque estoy segura que lo necesitaba, (yo también lo necesitaba), pero no sabía donde trazar esa raya porque de alguna manera, había que ser consecuente. Dios mío, ¡¿¡¿dónde está esa bendita raya?!?! Afortunadamente, no tuve que esperar tanto para que esta vez, viniera a buscarme, a pedir mi compañía. Me pasé de dura, a lo que la primera vez le dije que no, que no me sentía bien tratada. Afortunadamente al minuto volvió y ya no tuve más opción que caer derretida en su mirada en la que aceptaba que todo eso se había salido del margen.

 

Al llegar a la mesa, nos sentamos, una frente a la otra, hasta que sin aguantar le digo que se venga a mi lado, y se viene y me da un abrazo fundido, me aprieta aún más y nos quedamos ahí. Trajo su platico ahí al ladito, y le di su comida como cuando no hay mejor remedio en el mundo para curar la tristeza. Ya bajo la calma y después del abrazo y un perdón con ojos de gatico triste, entro a racionalizar un poco los hechos porque vamos a hacer un balance y vamos a ver qué se aprendió, si es que se aprendió algo…

 

A lo que le pregunto, a todo asiente con su cabeza y dice que sí: “Entonces, muñeca, sabes que no estabas comiendo, que te dije la soltaras y que comieras, que comieras y luego jugaras, te anticipé que te la quitaría, que aún así no comiste nada, te quité la tarjeta… muñeca dime… tú qué hubieras hecho? A lo que piensa un segundo, me mira con esos ojitos y con su nobleza me contesta:

 

"Lo mismo"…


No siempre es así, pero anoche lo fue, y me hace pensar en las veces que los castigos quedan incomprendidos y el corazón lastimado. No tengo idea de cómo debió haber sido toda esta historia, las cosas pasan como tienen que pasar, pero sí, me hace ver la importancia de recapitular, de revisar, no de echar limón en la llaga pero sí de hablar, y de dejarlos hablar, y escuchar, avanzar, y abrazar…

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